CAPITULO QUINTO
POR UNAS CHIRIMOYAS
Los meses de verano, en la sierra son muy tristes y por lo tanto de muchos sacrificios y sufrimientos y sobre todo riesgoso a cada instante, motivados por la lluvias, los truenos y la crecida de los ríos que por falta de puentes puede ser motivo de grandes contratiempos. El vivir en un lugar solitario es muy común en estos lugares. De tu casa miras al cerro de enfrente y ves un humito que sale de algún lugar, miras al otro cerro que está a tu espalda, o, a la derecha o izquierda, siempre veras lo mismo: Familias que como la tuya viven solas, alejadas dos o cuatro kilómetros de distancia una de otra.
Era nuestro caso. Ya hemos dicho que nuestro nuestro asentamiento humano estaba flanqueado por dos ríos los cuales en la época que estamos tratando, aumentaba su caudal en forma que hacía imposible cruzarlo a pie, en especial el Huángascar. El Chocos aumentaba por las tardes y ya en la mañana se podía cruzar.
A 100mts. de vaciar sus aguas en el otro rio había un vado, lugar explayado y apropiado para el paso de personas que tenían la necesidad de hacerlo. Y eramos nosotros los que más lo usabamos por estar dentro de nuestra ruta para dirigirnos a Sukiaj, un fundito que mis padres habían adquirido de una Comunidad. Estas tierras estan situadadas a orillas del rio Huangáscar que alimentado por el Chocos corria hacia abajo en busca del cauce del río cañete. También como en las tierras de Pallca habian tunales pero en especial chirimoyos. Esta propiedad era como una sucursal y por lo tanto permaneciamos allí solo por temporadas, según las necesidades y después las visitas eran esporádicas.
Y así fue como un día mi hermana Raquel de dieciséis años, por entonces, me dijo que la acompañara a visitar dichos lugares, ordenada por nuestro padre. Salimos muy temprano, cruzamos el Vado que ya estaba en condiciones de hacerlo y por un sendero sólo para ovejeros; nos dirigimos a hechar un vistazo a nuestros terrenos. Mi hermana de inmediato se ocupó de abrir unas y cerrar otras compuertas del agua según las necesidades.
Al darse ciuenta que había cantidad de chirimoyas en sazón, recogió un buen número de ellas y cabando un hoyo en la tierra las enterro para que maduraran más rápido. Acto seguido tomamos el camino del retorno, llegando al rio Chocos que aún no había aumentado su caudal. Cruzamos sin novedad y llegamos a casa. Mi hermana informó a mis padres de todo lo que había visto y hecho. En especial les informó que había dejado un entierro de chirimoyas y que dentro de tres días irian a trerlas para lo que contaban con mi compañía. A los tres días sombrero a la cabeza, poncho al hombro nos dirigimos nuevamente en pos de las ricas chirimoyas.
Una vez en el lugar mi hermana como siempre se ocupó de los cambios de agua a los diversos potreros. En seguida comenzamos a desenterrar las chirimoyas las que aparecieron a nuestra vista hermosísimas y apetitosas, comimos a nuestro gusto y luego comenzamos a preparar nuestros kipes, uno para ella y otro para mi.
Las horas volaban, se venía la tarde, teníamos mucho que caminar; el río podia entrar y dejarnos varados sin poder llegar a nuestra casa.
Las noches en la sierra son lúgubres, tétricas, sobre todo en esos parajes; eramos menores y teníamos miedo quedarnos a merced de las carcachas o los duendes. Con esos pensamientos metidos en la cabeza, casi sorriamos por el monte qiue no nos dejaba darnos cuenta si el río estaba aumentando. Efectivamente al llegar a la orilla, constatamos con terror que todo era realidad.
Pero, el olor característico del huayco, el ruido infernal que hacían los rios y otras cosas más, no arredró a mi hermana que sin pensarlo dos veces, me quitó el kipe y se lo hechó encima del suyo, tomo un palo apropiado con la mano derecha y con la izquierda me cogió de la mano; con la pollera ajustada a la cintura avanzó decidida hacia las aguas; en plena correntada mis piernecitas no pudieron resistir y perdi el piso pero mi hermana no ,me soltó; siguió cruzando fuerte y valerosa con su carga a la espalda y su hermanito hecho un muiñeco, pero gracias a Dios, ya estabamos en la orilla salvos y sanos. Una pequeña falla, o resbaloncito y ya estabamos cayendo al rio grande que hambriento nos esperaba.
Ni siquiera pensamos en exprimir nuestras ropas, echamos a caminar como estabamos, buscando la salida hacia los terrenos de cultivo para dirigirnos a nuestro hogar. Pero allí bajaba a la carretera nuestra querida madre, desesperada al darse cuenta que el río aumentaba se dirigia hacia el Vado presintiendo lo peor.
Felizmente todo fué un tremendo susto que pudo convertirse en tragedia; lloramos los tres abrazados, deshogamos nuestro espíritu y dimos gracias a Dios por el favor recibido en forma tan papética.
No perdimos las chirimoyas y olvidamos los momentos trágicos, dimos fe de ellas con nuestro padre que recien llegaba del campo. Y con nuestros hermanos y Juliana, una buena mujer que por muchos años nos acompañó, y a quién considerabamos como un mienbro más de la familia; nuestra madre era su madre y nosotros sus hermanos y como tal nos asistía y cuidaba.